Justitia vence a los Siete Pecados Capitales,
Pintura de Antoon Claessens (c. 1536-1613),
Pintado alrededor de 1601
Óleo sobre tabla,
© Dorotheum, Viena
No he venido a llamar a los virtuosos, sino a los pecadores
Marcos 2:13-17
Jesús salió a la orilla del lago, y toda la gente se acercó a él, y les enseñaba. Mientras caminaba, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado junto a la aduana, y le dijo: "Sígueme". Y él se levantó y le siguió.
Cuando Jesús estaba cenando en su casa, se sentaron también a la mesa con él y sus discípulos varios recaudadores de impuestos y pecadores, pues había muchos de ellos entre sus seguidores. Al verle comer con pecadores y recaudadores, los escribas del partido fariseo dijeron a sus discípulos: "¿Por qué come con recaudadores y pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: "No son los sanos los que necesitan el médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los virtuosos, sino a los pecadores.'
Reflexión sobre la pintura
Nuestra lectura del Evangelio de hoy termina con las palabras No he venido a llamar a los virtuosos, sino a los pecadores". Jesús vino por todos nosotros, pecadores, para liberarnos de las cadenas del pecado. En nuestro cuadro del artista flamenco Antoon Claessens, vemos a la encarnación femenina de la justicia, con un cinturón de metal alrededor de la cintura del que se encadenan los siete pecados capitales. Eso es lo que hace el pecado, nos encadena, nos esclaviza.
La inscripción bíblica en latín que aparece en el pergamino sobre la cabeza del Juez se traduce como "Los romperás con una vara de hierro". Encadenada, vemos la elegante figura de Luxuria (la lujuria) con su antorcha que simboliza la pasión; Superbia (el orgullo) se admira en un espejo; Gula (la gula) come un jarrete de jamón mientras bebe; Acedia (la pereza) tiene las manos cortadas; Avaritia (la avaricia) se agacha bajo un saco de monedas que gotea; Invidia (los celos) se representa como una anciana tumbada sobre unas cortinas rojas; y, por último, Ira (la rabia), se dispone a clavar su daga en un niño que levanta el brazo hacia Justitia pidiendo ayuda.
En nuestras propias vidas, también estamos atados por las cadenas del pecado. Sólo la gracia y la misericordia de Dios pueden romper los grilletes del pecado y liberarnos...
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